La economía norteamericana necesita los minerales de América Latina como los pulmones necesitan el aire
Los astronautas habían impreso las primeras huellas humanas sobre la superficie de la Luna, y en julio de 1969 el padre de la hazaña, Werner von Braun, anunciaba a la prensa que los EEUU se proponían instalar una lejana estación en el espacio, con propósitos más bien cercanos: «Desde esta maravillosa plataforma de observación -declaró- podremos examinar todas las riquezas de la Tierra: los pozos de petróleo desconocidos, las minas de cobre y de cinc…».
El petróleo sigue siendo el principal combustible de nuestro tiempo, y los norteamericanos importan la séptima parte del petróleo que consumen. Para matar vietnamitas, necesitan balas y las balas necesitan cobre: los EEUU compran fuera de fronteras una quinta parte del cobre que gastan. (…)
Esta dependencia, creciente, respecto a los suministros extranjeros, determina una identificación también creciente de los intereses de los capitalistas norteamericanos en América Latina, con la seguridad nacional de los EEUU.
(…) El presidente del Consejo Internacional de la Cámara de Comercio del país del norte lo define así: «Históricamente, una de las razones principales de los EEUU para invertir en el exterior es el desarrollo de recursos naturales, particularmente minerales y, más especialmente, petróleo. Es perfectamente obvio que los incentivos de este tipo de inversiones no pueden menos que incrementarse. Nuestras necesidades de materias primas están en constante aumento a medida que la población se expande y el nivel de vida sube. Al mismo tiempo, nuestros recursos domésticos se agotan…».
Los laboratorios científicos del gobierno, de las universidades y de las grandes corporaciones avergüenzan a la imaginación con el ritmo febril de sus invenciones y sus descubrimientos, pero las nuevas tecnologías no han encontrado la manera de prescindir de los materiales básicos que la naturaleza, y solo ella, proporciona. (…)
El bombardeo del FMI facilita el desembarco de los conquistadores
Dos de los ministros de gobierno que declararon ante la comisión parlamentaria sobre la desnacionalización industrial de Brasil reconocieron que las medidas adoptadas bajo el gobierno de Castelo Branco para permitir el flujo directo del crédito externo a las empresas habían dejado en inferioridad de condiciones a las fábricas de capital nacional. Ambos se referían a la célebre Instrucción 289, de principios de 1965: las empresas extranjeras obtenían préstamos fuera de fronteras a un siete u ocho por ciento, con un tipo especial de cambio que el gobierno garantizaba en caso de devaluación del cruzeiro, mientras las empresas nacionales debían pagar cerca de un cincuenta por ciento de intereses por los créditos que arduamente conseguían dentro de su país. El inventor de la medida, Roberto Campos, la explicó así: «Obviamente, el mundo es desigual. Hay quien nace inteligente y hay quien nace tonto. Hay quien nace atleta y hay quien nace tullido. El mundo se compone de pequeñas y grandes empresas. Unos mueren temprano, en el primor de su vida; otros se arrastran, criminalmente, por una larga existencia inútil. Hay una desigualdad básica fundamental en la naturaleza humana, en la condición de las cosas. A esto no escapa el mecanismo del crédito. Postular que las empresas nacionales deban tener el mismo acceso que las empresas extranjeras al crédito extranjero es simplemente desconocer las realidades básicas de la economía…».
(…) la cruel armonía del universo: los países pobres son pobres porque… son pobres; el destino está escrito en los astros y sólo nacemos para cumplirlo: unos, condenados a obedecer; otros, señalados para mandar. Unos poniendo el cuello y otros poniendo la soga. Campos fue el artífice de la política del Fondo Monetario Internacional en Brasil.
(…) So pretexto de la mágica estabilización monetaria, el FMI, que interesadamente confunde la fiebre con la enfermedad y la inflación con la crisis de las estructuras en vigencia, impone en América Latina una política que agudiza los desequilibrios en lugar de aliviarlos. Liberaliza el comercio, prohibiendo los cambios múltiples y los convenios de trueque, obliga a contraer hasta la asfixia los créditos internos, congela los salarios y desalienta la actividad estatal. Al programa agrega las fuertes devaluaciones monetarias, teóricamente destinadas a devolver su valor real a la moneda y a estimular las exportaciones. En realidad, las devaluaciones solo estimulan la concentración interna de capitales en beneficio de las clases dominantes y propician la absorción de las empresas nacionales por parte de los que llegan desde fuera con un puñado de dólares en las maletas.
En toda América Latina, el sistema produce mucho menos de lo que necesita consumir, y la inflación resulta de esta impotencia estructural. Pero el FMI no ataca las causas de la oferta insuficiente del aparato de producción, sino que lanza sus cargas de caballería contra las consecuencias, aplastando aún más la mezquina capacidad de consumo del mercado interno de consumo: una demanda excesiva, en estas tierras de hambrientos, tendría la culpa de la inflación. Sus fórmulas no solo han fracasado en la estabilización y en el desarrollo, sino que además han intensificado el estrangulamiento externo de los países, han aumentado la miseria de las grandes masas desposeídas, poniendo al rojo vivo las tensiones sociales, y han precipitado la desnacionalización económica y financiera, al influjo de los sagrados mandamientos de la libertad de comercio, la libertad de competencia y la libertad de movimiento de los capitales.
(…) El FMI proporciona préstamos o da la imprescindible luz verde para que otros los proporcionen. Nacido en EEUU, con sede en EEUU y al servicio de EEUU, el Fondo opera, en efecto, como un inspector internacional, sin cuyo visto bueno la banca norteamericana no afloja los cordones de la bolsa; el Banco Mundial, la Agencia para el Desarrollo Internacional y otros organismos filantrópicos de alcance universal también condicionan sus créditos a la firma y el cumplimiento de las Cartas de Intención de los gobiernos ante el omnipotente organismo. Todos los países latinoamericanos reunidos no alcanzan a sumar la mitad de los votos de que disponen los EEUU para orientar la política de este supremo hacedor del equilibrio monetario en el mundo: el FMI fue creado para institucionalizar el predominio financiero de Wall Street sobre el planeta entero, cuando a fines de la II Guerra el dólar inauguró su hegemonía como moneda internacional. Nunca fue infiel al amo.
(…) El capitalista local se convierte en socio menor o en funcionario de sus vencedores. O conquista la más codiciada de las suertes: cobra el rescate de sus bienes en acciones de la casa matriz extranjera y termina sus días viviendo gordamente una vida de rentista.
*Fragmentos de «Las venas abiertas de América latina» (1971).